Hay días en los que el corazón pesa más de lo que las palabras pueden expresar. Días en los que la tristeza y la angustia se sientan a mi lado, recordándome la situación que atravieso. Mi hija pequeña, esa luz que llenaba mi mundo, está hoy a más de 4 mil kilómetros de distancia. No puedo verla todos los días, no puedo abrazarla, ni escuchar su risa en persona. Esa lejanía duele, y en esos momentos, cuando la añoranza se hace insoportable, busco refugio en un lugar cercano: un Shopping que guarda los ecos de los momentos que compartimos.
Vivo cerca de un Shopping, un lugar que, para muchos, es solo un espacio de compras y bullicio, pero para mí es un refugio, un santuario de memorias donde mi hija pequeña, junto a su hermana mayor, llenaba cada rincón con risas, corridas y esa felicidad pura que solo los niños saben regalar.
Cuando me siento decaído, cuando la computadora no logra inspirarme y la angustia me abraza demasiado fuerte, camino hacia ese Shopping. No voy a perderme entre la gente ni a distraerme con las vitrinas. Voy a recorrer, paso a paso, cada lugar que guarda un pedacito de mi hija. La juguetería, donde sus ojitos brillaban frente a los colores y las posibilidades infinitas. La plaza de comida, donde compartíamos momentos simples, pero perfectos, ella sentada a mi lado, charlando con su hermana, con una sonrisa que iluminaba todo. La sala de juegos, donde la veo aún en mi mente, saltando, riendo, emocionada, libre.
Este Shopping no es solo un lugar. Es lo más cercano que tengo hoy para sentirla cerca, para abrazarla en mi corazón. No tengo ya la casa donde creció, donde cada esquina guardaba un eco de su voz, un rastro de su alegría. Esa ausencia duele, pero este lugar, con sus recuerdos vivos, me da paz. Me permite recordarla no solo con amor, como lo hago cada día, sino con una claridad que alivia el alma. Aquí, en estos pasillos, en estas plazas, ella está presente. La veo, la siento, y por un momento, estoy con ella otra vez.
No es una escapada para olvidar ni un intento de llenar el vacío. Es un acto de amor, una manera de mantenerla cerca cuando todo lo demás parece tan lejano. Cada visita es un recordatorio de los momentos hermosos que compartimos, de la felicidad que me dio y sigue dando, aunque ahora sea a través de los recuerdos. Este Shopping, mi Shopping de los recuerdos, es mi manera de seguir caminando, de encontrar calma en medio de la tormenta, de sentir a mi hija en cada rincón donde su risa aún resuena.
Para todos los padres que, como yo, buscan un lugar donde reconectar con el amor de sus hijos, les digo: encuentren ese espacio, físico o en el corazón, donde puedan volver a sentirlos. Porque incluso en los días más oscuros, los recuerdos de nuestros hijos tienen el poder de devolvernos la luz.