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Queridos lectores de Padres Sin Fronteras,

Hoy me dirijo a ustedes con el corazón en la mano, con la verdad como bandera, y me declaro culpable. Sí, culpable de ser un padre que ama profundamente a su hija, que lucha sin descanso por estar presente en su vida, por verla crecer, por darle amor y un hogar donde pueda sentirse segura y querida.

Me declaro culpable por haber viajado siete veces en cuatro años al país donde vive mi hija, haciendo lo imposible para reunir el dinero necesario, sacrificando lo que fuera para estar a su lado. Culpable por haber compartido con ella momentos inolvidables, como los seis años en los que no me separé de ella ni un solo día, siendo su refugio, su compañero, su padre.

Culpable por querer darle, dentro de mis posibilidades, lo que cualquier padre desea para su hija: ropa, alimentos, bienestar, un poco de alegría en forma de pequeños detalles.

Me declaro culpable por haber vendido mi auto, para ayudar a la madre de mi hija, creyendo en su palabra, en un acuerdo que prometía traerla de vuelta a su país, cerca de su padre y su hermana. Culpable por confiar, por soñar con una familia reunida, por no rendirme a pesar de las decepciones, las mentiras y los obstáculos.

Culpable por sentirme atrapado en un pozo de dificultades, por no tener en este momento el trabajo que muchos quieren o los recursos que me exigen, por enfrentar un sistema que a veces parece castigar a quienes más luchan. Culpable por seguir soñando, por creer que todo es posible, por no bajar los brazos ante las injusticias, las mentiras de una madre despechada que usa a nuestra hija para herirme, que miente para tapar sus propias decisiones y errores.

Pero si ser culpable significa amar a mi hija con todo mi ser, luchar por su bienestar, por su derecho a crecer cerca de su padre y su hermana, entonces que me condenen eternamente. No me arrepiento de ser este padre, de insistir, de soñar con reunir a mi familia, de querer lo mejor para mi hija pequeña. No se me puede castigar por amar, por perseverar, por no rendirme.

Hoy, desde este espacio, me declaro culpable de ser un padre presente, un padre que no se detiene, un padre que, a pesar de todo, sigue creyendo en el amor y en la justicia. Y seguiré luchando, porque mi hija merece eso y más.

Con el corazón abierto,
Un padre Sin fronteras

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