Excusas que enfrían un amor: mi lucha por compartir con mi hija.
Estoy aquí, a miles de kilómetros de mi país, con un solo propósito: estar con mi hija. Tengo 20 días para compartir con ella, 20 días que valen oro, porque después debo volver a casa y esperar meses para verla otra vez. Ella va al colegio de lunes a viernes, sale a las 12:20, y yo estoy listo para recibirla, para almorzar juntos, para jugar, para ser el Papá que siempre fui y quiero seguir siendo. Pero cada día, siento que ese tiempo se me escapa de las manos, no por la distancia, sino por las excusas interminables de su madre, que hace todo lo posible para enfriar la relación entre mi hija y yo.
Un esfuerzo que choca contra barreras
Viajar no es fácil. Invierto dinero, tiempo, energía, todo por ella. Alquilo un lugar para que esté cómoda, preparo comida, planeo momentos especiales. No soy un chef famoso, pero me esfuerzo: hago pasta con atún, papas con cebolla, tomates rellenos con arroz, compro pollo. Y sí, de vez en cuando, como a cualquier niño —o adulto— le gusta, compartimos una pizza o una hamburguesa. No todos los días, no como rutina, sino como un gusto, un momento de felicidad. Pero eso, para la madre de mi hija, es un delito. Hace unos días, no la dejaron venir a almorzar conmigo porque, según ellas, yo le doy “comida chatarra”. Una sola pizza se convierte en su excusa favorita para alejarla de mí.
No es la primera vez. El fin de semana pasado, mi hija estaba con dolor de panza —no por algo que comimos juntos, ya venía así—. Solo pude verla el sábado, una hora y media, y luego me enteré que se sentía mejor, que quería venir conmigo, pero su madre no la dejó. Hoy, miércoles, pasa lo mismo. Ayer almorzamos juntos después del colegio, vimos Mufasa en Disney —un momento hermoso, de risas y abrazos—, y luego jugamos. Ella tiene casi 10 años, pero sigue siendo una niña con ganas de divertirse, y yo soy el Papá que juega con ella, que la escucha, que la hace feliz. Nos entretuvimos tanto que se nos pasó hacer la tarea. El resultado? Hoy no viene a almorzar conmigo porque está “castigada”. Y yo también, según parece, por no haberla sentado a hacer la tarea.
Excusas selectivas
Lo que me desespera es la doble moral. Mi hija me ha contado que, cuando está con su madre, van a cumpleaños de amigos o familiares, llegan tarde —a las 11, 11:30, incluso a las 12 de la noche—, y no hace la tarea. Pero eso no es problema, no hay castigos. Si comen hot dogs, hamburguesas o dulces a deshora, está bien. Sin embargo, si yo quiero comprar unos hot dogs para compartir un día, o si se nos pasa la tarea por estar jugando y riendo, de repente es un escándalo. Me castigan a mí quitándome tiempo con ella, y la castigan a ella negándole estar con su Papá. Siempre hay una excusa: la comida, la tarea, un dolor de panza, lo que sea. Mañana inventarán algo nuevo, estoy seguro.
Un amor que quieren apagar
Mi hija se divierte conmigo. Lo sé porque lo veo en sus ojos, en cómo me abraza, en cómo me pide que juguemos otra vez. Pasamos momentos lindos, de esos que un niño debería atesorar: ver una película juntos, reírnos, compartir una comida sencilla pero hecha con amor. Ella disfruta estar conmigo, y yo vivo por esos instantes. Pero su madre hace todo lo posible para que eso se enfríe, para que esos 20 días se reduzcan a migajas. Cada excusa es un golpe, una forma de alejarla de mí, de hacerme parecer el malo, el que no sabe, el que no merece su tiempo.
No entiendo cómo alguien puede usar a una niña así. No entiendo cómo no ven, que estos momentos no vuelven, que ella merece a su Papá tanto como merece a su Mamá. Invierto todo lo que tengo para estar aquí, no vengo de paseo, no vengo por mí; vengo por ella, para cerrar la brecha de meses separados, para que sienta que su Papá la ama y nunca la va a dejar, vengo a seguir sembrando esos recuerdos que le quieren borrar. Pero cada día me enfrento a una pared de pretextos que me desespera, que me agota, que me rompe.
Un grito por mi hija y por todos los padres
Escribo esto porque no puedo más. Quiero que otros padres y madres sepan lo que estoy viviendo, lo que no se debe hacer. No se puede enfriar la relación entre un hijo y su padre con excusas vacías. No se puede castigar a una niña por querer estar con su Papá, por reírse con él, por disfrutar un momento que la vida ya le hace tan escaso. Mi hija no merece esto, y yo no merezco que me quiten lo poco que tengo con ella.
Ojalá algún día alguien —un Psicólogo, un Juez, alguien con corazón— escuche su voz, le pregunte qué siente cuando está conmigo, y vea la verdad: que ella me necesita tanto como yo la necesito a ella. Porque este no es solo mi dolor; es el de muchos padres sin fronteras que luchan por mantener vivo un amor que otros intentan apagar. Y yo no voy a rendirme, aunque me pongan mil excusas más.
Te puede interesar: Veneno de abuela