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El poder desigual en la crianza: Una reflexión desde el corazón de un padre separado.

Hola a todos los lectores de Padres Sin Fronteras! Como saben, soy un padre que, como muchos de ustedes, navega por las complejidades de la crianza a distancia, cruzando fronteras no solo geográficas, sino también emocionales y legales.

Hoy quiero compartir una historia personal, no para victimizarme, sino para visibilizar una realidad que afecta a tantos padres en situaciones similares. Es un llamado a la empatía, a la reflexión y, quién sabe, quizás a la ayuda de alguien que pueda orientarme en este camino tan arduo. Si eres un padre o madre en una situación de custodia compartida, un profesional del derecho familiar o simplemente alguien con un corazón abierto, te invito a leer y, si sientes el impulso, a conectar conmigo.

El regalo amargo de la Justicia: Un poder que desequilibra

En muchas familias separadas, la justicia busca proteger a los hijos otorgando derechos y responsabilidades a los padres. Sin embargo, en algunos casos, este «poder» se convierte en una herramienta que, en manos equivocadas, puede generar presiones innecesarias, hostigamientos e incluso injurias. Como padre, he experimentado cómo la pensión alimenticia —esa obligación sagrada de proveer para mi hija— se transforma en un arma para controlar, castigar y manipular.

Cada día, solicito informes escolares de mi hija: Cómo le va en clases? Qué avances ha hecho? Nada. Silencio. Cuando pregunto por su salud, por los medicamentos que toma o simplemente por cómo se siente, las respuestas no llegan. He pedido documentos esenciales, como informes médicos o el contacto de una Psicóloga a la que la llevaron una vez, pero nunca obtuve detalles.

No supe el motivo de esa visita, ni pude hablar con la profesional para entender y apoyar a mi hija. Es como si mi rol paterno se redujera a un cheque mensual, y cualquier intento de involucrarme se bloqueara con excusas.

La pensión alimenticia, que debería ser un puente de responsabilidad, se usa como excusa para limitar mi contacto. Durante la semana, no puedo hablar con mi hija libremente. Llamo al teléfono de su madre, pero las llamadas son rechazadas o ignoradas. Envío mensajes cariñosos: «Buen día, hija, cómo te fue en el Colegio? Papá está aquí, llámame cuando quieras. Buenas noches, descansa». Pero el teléfono de mi hija permanece apagado hasta el viernes por la tarde, cuando finalmente se permite una conversación breve. Incluso entonces, hay estrategias para mantenerla alejada: distracciones, interrupciones o excusas que minimizan nuestro tiempo juntos. Muchas veces mi hija asustada con miedo responde muy pocas cosas a las preguntas que le hago.

En nuestras conversaciones, a menudo noto a mi hija con un velo de temor, respondiendo con brevedad a mis preguntas, como si el miedo la contuviera de abrirse completamente conmigo. Delante de ella, se me desacredita: mis opiniones se minimizan, no puedo preguntar con autoridad, ni exigir lo básico, ni dar una orden educativa.

No se me permite enseñar o guiar como padre. Y sobre todo esto, planea la sombra constante de la pensión: amenazas, miedos inducidos, barbaridades sobre mí o mi familia. Me dicen que si no cumplo, no podré hablar con ella, y peor aún, se lo repiten a mi hija, plantando en su mente la idea de que soy un «mal padre» si no pago. Pero la realidad es otra: amo a mis hijas por encima de todo, y si no puedo cumplir en este momento, no es por falta de intención, sino por circunstancias que me superan.

He trabajado toda mi vida, he hecho esfuerzos titánicos —préstamos, ventas de bienes— para viajar siete veces en cuatro años y estar cerca de ella. Hace dos años, llevé a su hermana mayor para que se reunieran, pero ahora llevan más de dos años sin verse, y esa herida abierta me duele profundamente.

Las mentiras que la Justicia no verifica: Un sistema que falla

Lo más doloroso es ver cómo el sistema judicial permite mentiras sin verificarlas. En mi caso, se presentaron afirmaciones falsas: que soy un profesional exitoso, un empresario con ingresos altos, cuando la realidad es opuesta y puedo demostrarlo con pruebas. Sin analizar, sin estudiar, se fija una pensión que quita un dinero que no recibo mensualmente. No tengo opción a defenderme: en mi país, no me ayudan porque «no conocen las leyes del otro país».

No tengo recursos para un Abogado privado, ni acceso a uno público. Estoy solo, en el medio de nowhere, hostigado y castigado por la madre y su familia, que usan esta herramienta para hacerme daño.

Qué padre puede caminar con una sonrisa cuando lo alejan de su hija? Cuando cada solicitud —un documento simple para viajar y trabajar cerca de ella— se ignora o se responde con presiones. Sueño con estar en el país donde hoy está, no solo por el trabajo, sino por la calidad de vida juntos. Mi hija me necesita, y yo a ella. Pero todas las puertas se cierran: he enviado cientos de emails pidiendo ayuda en ese país, y todos se lavan las manos.

Cuando pides ayuda, te juzgan en lugar de escuchar. Vivo con una tristeza y agonía que nunca imaginé, cansado de tocar puertas sin respuesta.

Un llamado a la ayuda: Pruebas en mano, corazón abierto

Si alguien lee esto y duda, tengo todas las pruebas: documentos, mensajes, emails. Encantado las comparto para que vean que esto es real. No merezco lo que vivo; me engañaron prometiendo que mi hija volvería a su país con su hermana y conmigo, pero han pasado cuatro años de separación. He perdido proyectos, energía, pero no el amor por mis hijas.

Me encantaría pagar y evitar todo esto, pero necesito oportunidades para avanzar, no obstáculos. Si eres un psicólogo, un Abogado familiar, una organización de derechos parentales o simplemente alguien con consejos, contáctame. Solicito que mi hija sea entrevistada por un profesional neutral para que su voz se escuche. Juntos, podemos buscar soluciones justas, donde el poder se use para unir familias, no para dividirlas.

Gracias por leer. Si esta historia resuena contigo, comparte, comenta o ayúdame. Padres sin fronteras, juntos somos más fuertes!

Nicolás A.

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